lunes, 16 de abril de 2012

NEUROSIS

Una persona neurótica es, simplemente, una persona que sufre. El concepto “neurosis” es sinónimo de “dolor emocional excesivo”, con las secuelas conductuales correspondientes. Este dolor puede manifestarse de muchas maneras -ansiedad, depresión, fobias, agresividad, hiperactividad, celos, dependencias, obsesiones, miedos, etc.-, pero, en general, todas ellas pueden remitirse a un origen común. Desde un enfoque psicodinámico, el neurótico es casi siempre un niño. No solamente un niño, por supuesto, ya que también posee muchos aspectos adultos. Pero la intensidad de su neurosis tiende a ser proporcional a su grado, digamos, de “infantilismo”. Al neurótico se le paró el reloj, vive atrapado en el tiempo. Con independencia de cuál sea su edad cronológica, su edad emocional nunca pasa de 2, 3, 5 o, como mucho, 15 años. Este infantilismo es la causa de un choque brutal, de una gran inadaptación a la realidad, de lo que resultan su dolor y sus síntomas neuróticos. (No debemos confundir el infantilismo del neurótico con el “niño interior” que todos llevamos dentro. El niño interior es el fondo infantil que refresca y enriquece nuestra personalidad madura, mientras que el infantilismo neurótico bloquea e impide la maduración del sujeto. El neurótico es, de hecho, un niño que se niega a crecer). Cada síntoma neurótico, por raro que sea, es un escudo. Cada escudo se entreteje con otros hasta formar una sólida coraza mediante la que el neurótico se defiende no ya de las heridas recibidas en su infancia, sino -por extensión- de la vida entera. Y, así, desde ese búnquer el neurótico se resiste a afrontar la realidad adulta. Es verdad que una parte de él quiere indudablemente curarse, dejar de sufrir, crecer, ser feliz. Pero su lado infantil, más poderoso, se siente enormemente cómodo y seguro en su perezoso nido de hábitos y defensas de “toda la vida” y, como además sus sufrimientos lo han vuelto desconfiado, sus miedos refuerzan su parálisis. Y, para colmo, teme que si efectivamente llegara a cambiar y curarse dejaría quizá de reconocerse a sí mismo, de ser “él mismo”, ¡con lo mucho que le ha costado construirse su personalidad, aunque sea tan doliente! Algunos neuróticos llegan al extremo de idealizar su neurosis, de enorgullecerse de sus sufrimientos, para no tener que desprenderse de su inmadurez. Por todo ello, en fin, el neurótico se resiste a mejorar y sabotea inconscientemente sus terapias.

¿Cuál es el terror supremo del neurótico?

 ¿Qué miedo fundamental oculta en su caja de Pandora este niño asustado, refugiado bajo capas y más capas de síntomas (ansiedad, tristeza, adicciones, etc.)?

 Su horror básico es descubrir que realmente está solo en el mundo, que sus apegos familiares están envenenados, que en cierto modo fue siempre un huérfano, que su vida entera está llena de mentiras y en última instancia es un fracaso, que nadie podrá salvarlo jamás. 

Siente pánico a sufrir este terrible desengaño (que intuye oscuramente), a perder para siempre su última ilusión de ser amado incondicionalmente como un niño, a admitir que ya no lo es y que resulta inútil –y patético- seguir soñándolo.

Pues la más terrible y abrasadora verdad es ésta: el tren de su infancia pasó para siempre.

La neurosis nace, en efecto, de la terrible nostalgia por una infancia fallida y, en consecuencia, la búsqueda continua, inconsciente e insaciable de una segunda oportunidad. 

¡Vana fantasía! Para eludir este drama, el niño aterrado inventa en su refugio toda clase de estratagemas: olvida o se aferra al pasado, deforma su memoria, idealiza a la familia, se culpabiliza, finge perdonar, duda del psicoterapeuta, se enamora del psicoterapeuta, viaja compulsivamente, se refugia en la promiscuidad, trabaja hasta el agotamiento, etc. Pero el tiempo no perdona y la añorada felicidad no llega...
 




 ¿En qué consiste la curación de la neurosis? 

La respuesta se desprende de lo dicho más arriba: 

Si la neurosis es el apego a una infancia ya perdida y el consiguiente -e imposible- anhelo de revivirla en el presente, entonces curarse es despertar a la cruda verdad, descubrir la locura de semejante intento, reconocer y aprender a convivir con la certeza de que nadie podrá ser jamás nuestro padre/madre perdidos y que, por tanto, sólo nosotros podemos –y debemos– asumir el peso de nuestra soledad, de nuestra existencia, de nuestro destino. 

Con la ayuda y compañía de muchas personas, desde luego, pero fundamentalmente solos y autónomos. 

Para conseguirlo, habrá que llorar hasta la última lágrima, gritar hasta la última rabia, liberarse de los principales apegos y resistencias infantiles. 
Se trata de algo muy parecido a una "deshabituación". 

El destete final de todas las nostalgias inútiles, el definitivo re-nacimiento a la vida presente, la inauguración de la etapa adulta. Muchas personas logran recorrer este proceso -profundo y apasionante- por sí mismas. Otros necesitan la ayuda de psicoterapias especificas. Pero siempre vale la pena.

La ayuda es a traves de un grupo en ReDescubreT sabemos de ésto y como regularlo